Relato #30 LA EPIDEMIA DE POLEN

Para los que no aprecian cuando lo tienen todo y se quejan cuando lo pierden

“Érase una vez un pueblo en un valle fértil y abundante que vivía feliz y despreocupado, cazando y recolectando todo lo que la naturaleza le ofrecía. Cada año los vecinos construían más casas de madera, comían más carne de la caza y consumían más agua de un pozo cercano, ignorantes de que, poco a poco, la madera, los animales y el agua era cada vez más escasos y podían llegar a acabar con la vida en el bosque circundante.

La encina más vieja del bosque, dispuesta a defender a los suyos de semejante dispendio, pidió ayuda a sus amigos los chopos, los abedules, los pinos y los cedros y entre todos, al inicio de la primavera, se pusieron a producir polen en unas cantidades tan enormes como nunca había generado. El diminuto polvo amarillo cubrió por completo el cielo del valle y, aunque se dispersó tanto que apenas era visible, sus efectos pronto fueron evidentes por todos los habitantes del pueblo. Al principio empezaron con problemas para respirar, provocando fiebres leves y pérdidas de los sentidos del gusto y del olfato. En las personas más mayores, con la salud más débil, los síntomas se agravaron provocando graves dificultades respiratorias e incluso en varios casos la muerte por asfixia. Aunque los niños y los jóvenes superaban estas afecciones con pocas molestias, las casas de cuidados se saturaban y en las comunidades del pueblo donde vivía los más viejos del lugar la mortandad se multiplicó se forma alarmante.

Las autoridades, asustadas, se vieron obligadas a tomar medidas drásticas en el pueblo. Obligaron a la gente a permanecer en sus casas, a cubrir puertas y ventanas y a taparse la boca y la nariz con unos trozos de tela sujetos con cuerdas cuando tenían que salir a por comida. La actividad en el pueblo se redujo a lo mínimo, la escuela se cerró, el mercado apenas tenía género, los leñadores, cazadores y pescadores no podían trabajar. La gente estaba cabreada, quejándose todo el día y de muy mal humor. Echaban la culpa a las autoridades, los mercaderes acusaban a los cazadores, los leñadores a los escolares y todos estaban de muy mal humor. Los habitantes del pueblo tuvieron que aprender a vivir de otra manera y no se acostumbraban a la nueva y agobiante normalidad, siguiendo con la queja continua y permanente. Y así pasó la primavera, el verano y el otoño con varias olas de polen que aumentaba y se reducía coincidiendo con los ciclos naturales del bosque y la relajación de las precauciones de los vecinos.  

Y al llegar con el inicio del invierno el momento de cambiar de año, todos estaban tan hartos y tan cansados de ese maldito año que sólo querían olvidarse y pasar rápido la hoja del calendario del nuevo año, mientras seguían quejándose de su mala fortuna.

Pero la vieja encina reunió bajo sus ramas a todos los habitantes y les planteó una última prueba para acabar con la epidemia de polen. – No pasareis al año nuevo sin polen hasta que no hayáis sacado al menos 10 aprendizajes importantes de este año que acaba. Todos se extrañaron primeramente de esta petición, que les pareció imposible de cumplir, pues todo en este año había sido horrible y negativo.

A muchos incluso esta prueba les pareció cruel y obscena, sobre todo a aquellos que habían perdido sus seres queridos, su salud o sus modos de vida. Sin embargo, conforme se miraban unos a otros se dieron cuenta de que sí que podían rescatar momentos felices de este mal año y reunidos en torno a la encina el maestro empezó a apuntar todas las ideas que los vecinos iban descubriendo. Al final el maestro compartió con todos la lista y les leyó con voz profunda “los 10 regalos de este año”:

  1. Aprovechar la casa
  2. Tiempo con la familia
  3. Conocer al vecindario
  4. Conectar con personas
  5. Salir de la zona de confort
  6. Curso acelerado TIC’s
  7. Nuevas formas de trabajar
  8. Identificar lo prescindible
  9. Apreciar lo “normal”
  10. Oportunidad de reflexionar

Después de leer el último punto se hizo un largo silencio que dejó a todos asombrados de haber descubierto tantas cosas buenas de este año tan especial.

El majestuoso roble, inspirado por su propia reflexión, cortó el silencio y empezó a hablar:

 – Para este nuevo año os propongo tres propósitos que empiezan con la R de mi propio nombre y la de Reflexión que hemos hecho:

1º Reducir la caza y el consumo de todos los bienes del bosque

2º Reutilizar las maderas viejas para nuevos usos y no cortar más árboles

3º Reciclar el agua y el resto de recursos del valle.

Todos los habitantes del pueblo, agradecidos por las buenas propuestas del roble, asintieron comprometidos y se dirigieron a sus casas a celebrar esperanzados el nuevo año.

Mientras, los árboles del bosque decidieron que el mensaje ya había calado y a partir de entonces no produjeron más polen que el que necesitaban para reproducirse y no causaron más molestias a los vecinos del valle, que nunca más olvidaron esta lección.”

(relato original basado en la vida misma, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)

Quizás parezca muy simple considerar que las epidemias son una especie de plaga bíblica que nos manda la naturaleza cuando nos portamos mal. Y ojalá en la vida real fuera tan fácil acabar con la epidemia con un sencillo compromiso de respeto medioambiental. Pero este relato, aunque nos suene conocido, es sólo un cuento.

La realidad que nos ayuda a entender el relato es que somos frágiles y vivimos en un delicado equilibrio natural en clara interdependencia con nuestro entorno. Nuestra arrogancia de especie dominante se cae al suelo por algo tan minúsculo como un grano de polen o un virus.

El relato también nos habla de que si existe una conducta que resulta francamente inútil esa es la queja permanente. De toda situación, por negativa que nos parezca, podemos sonsacar aprendizajes positivos, en cuanto dejemos de quejarnos y buscar culpables.

Y, si bien es cierto que el viejo roble ha sacado su propuesta de un manual básico de ecología práctica, no dejan de ser las 3 Rs (Reducir, Reutilizar y Reciclar) unas herramientas fundamentales para la sostenibilidad. Esta última palabra, sostenible,  es posiblemente la palabra más repetida en las web y los anuncios de todas las compañías, pero la pandemia nos ha hecho ver su verdadero significado en las empresas. Si queremos ser sostenibles hay que contar con una actitud positiva, colaborativa y equilibrada buscando el triple beneficio económico, social y medioambiental.

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