Para los que esperan el cliente perfecto para su producto
“Érase una vez una joven costurera de una familia humilde que, como tantas otras, en tiempos de escasez, tuvo que dejar de estudiar y buscar un trabajo como aprendiza para ayudar a la economía familiar.
Nuestra protagonista era una chica lista y habilidosa además de muy creativa y con estas cualidades pronto fue aprendiendo las labores de su oficio y al cabo de un tiempo de aprendizaje cosiendo puños, cuellos y botones, consiguió un buen trabajo como sastra en un taller de costura especializado en trajes de hombres. Allí, la joven sastra cortaba y cosía unos elegantes trajes siguiendo los patrones de la moda de la época.
Pero la joven sastra sentía la necesidad de hacer algo especial, algo que le permitiera desarrollar su creatividad y buen hacer en su oficio. Y esa oportunidad se cruzó en su camino en forma de galán, un joven apuesto y atractivo del que se enamoró con la ciega pasión del primer amor. A sus ojos podía ser el modelo utópico de su traje perfecto. Salieron durante un tiempo, pero al joven le pudo su instinto aventurero y se fue en un barco a hacer las Américas. Mientras le esperaba, con su corazón henchido, las manos y dedales de la sastra trabajaron amorosamente con la pasión de un amor utópico en la realización de un traje perfecto para un modelo ideal de caballero que existía más en sus pensamientos que en la realidad. Y al final creó el traje más perfecto del mundo, con un corte ideal, una tela de la mayor calidad y una costura primorosa. Lo dispuso sobre un maniquí de formas arquetípicas y lo colocó en el escaparate de la sastrería esperando a su modelo. Pero su caballero andante nunca volvió.
Esperó mucho tiempo hasta que entendió que debía ofrecer su traje perfecto a otros caballeros. El traje permanecía en el escaparate y llamaba la atención por su perfección. Se lo probó a varias personas que se interesaron en él.
Primero se lo puso un futbolista, pero tenía los músculos muy desarrollados y las perneras del pantalón no le entraban.
Luego lo intentó un orondo confitero, de familia rica y dispuesto a pagar lo que fuera por él, pero su barriga no le permitía abrocharse la chaqueta.
Hubo otros pocos caballeros que se atrevieron a probarse ese traje ejemplar pero a ninguno le quedaba bien.
Hasta que un día, un despistado profesor, bien parecido pero de menuda estatura y con algunos años más que los clientes habituales, entró en la sastrería e insistió en probarse el traje, que siempre le había gustado. En un primer momento, la sastra ya vio que a aquel profesor su traje perfecto no le iba a sentar nada bien y sus compañeras costureras le decían que era muy mayor y muy bajito para lucir el mejor traje de la sastrería.
Pero nuestra sastra, cansada de esperar al modelo perfecto y motivada por amabilidad y buena presencia de ese profesor, decidió hacer lo que siempre había rechazado. Se puso el dedal, cogió las tijeras, enhebró las agujas y con gran habilidad ajustó las medidas del traje a las hechuras reales del amable profesor.
La sastra y el profesor con el traje bien ajustado se miraron en el espejo y se dieron cuenta que el traje, aunque ya no era idealmente perfecto, le quedaba como un guante y estaba hecho a medida, perfecto para él. Desde entonces la sastra hizo muchos más trajes a medida para el profesor y aprendió que adaptarse a las medidas reales de sus clientes era más efectivo que sentarse a esperar que los clientes se adaptaran a su traje estándar, por muy buena hechura que tuviera.
Hoy en día, ya retirada, la sastra que cosió el traje perfecto, ha cumplido 60 años de vida y trajes compartidos con aquel ya viejo profesor y continúa viviendo ajustándose a la realidad y sin dejarse limitar por las idílicas utopías de esperar a que la vida sea perfecta.”
(relato de elaboración propia, inspirado en mi madre que hoy cumple 87 años y a la que se lo dedico con todo mi cariño)
¿No te resulta conocida esta historia? ¿No te has quedado muchas veces orgulloso de un producto perfecto y esperando al cliente ideal que no acaba nunca de llegar? Los escaparates, las ferias y las páginas web están llenas de productos que sus creadores consideran fantásticos y en los que han puesto toda su ilusión y se extrañan de no encontrar compradores que confirmen sus idílicos pronósticos. Pueden ser muy buenos, incluso sublimes en tu opinión, pero si no satisfacen y se adaptan a las necesidades del cliente sólo servirán para engordar tu ego y justificar la queja permanente por la falta de demanda.
Seguro que has puesto el alma en ese proyecto tan bueno y que te supone un pequeño drama renunciar a él en su totalidad, pero piensa en el destinatario, en aquel que lo va a usar y si tanta perfección le resulta útil. Cambia de foco, pon el foco en el cliente y deja de ponerlo sólo en ti. Y recuerda que ya hace mucho que no funciona el dicho de “El buen paño en el arca se vende”. Adaptarse no es rendirse, es aceptar la realidad y ser feliz con ella.